Saturday, July 17, 2021

Poesía Recomendada - Nosferatu Lives Forever

 

 El conflicto de la fe entre lo sagrado y el mundo caído.

enrique-ivaldi.webs.com

Wednesday, January 27, 2021

La Iglesia Escondida, y la Iglesia Externa
 
Por Enrique Ivaldi – Cuaresma 2021
 

Se ha hablado y escrito durante generaciones entre nosotros sobre la doctrina de la Iglesia, atribuyéndole los adjetivos que dan título a este documento. Trazamos la genealogía del término “Iglesia Escondida” al mismo Lutero, quien la ha expuesto con maestría en De Servo Arbitrio, Capítulo viii. Otros, con menos acierto quizá, pero, lamentablemente, con demasiada frecuencia, han hecho uso de la frase “la Iglesia Invisible”, sin plantear las especificaciones adecuadas. Si bien, en ocasiones, podremos apelar a esta expresión, “Iglesia Invisible”, se hace preciso dejar en claro que esta frase se vincula con mayor propiedad a la teología Reformada que a la Dogmática Luterana. La “Iglesia Invisible” es para los Reformados “el conjunto de todos los elegidos por el Decreto Eterno” en el contexto de su ‘Teología del Pacto’; un cuerpo ideal tal como existe en la mente de Dios. Aún admitiendo la terminología, nosotros trataremos aquí de otra cuestión. Nos remitiremos a ciertos comentarios sobre el Catecismo Menor de Lutero, que han considerado de manera similar la doctrina de la Iglesia, haciendo uso de ambas expresiones (“visible” e “invisible”.) En 1912 la Concordia Publishing House publicaba un Catecismo que fue traducción del llamado “Catecismo de Schwan”(1896.) Allí se lee: “185. ¿Qué es la iglesia? Respuesta. La congregación de los santos [Nota 1,] esto es, toda la Cristiandad, el completo número de los creyentes; pues sólo los creyentes, y todos los creyentes, son miembros de la iglesia. “186. ¿Por qué decimos, “Yo creo en la iglesia”? Respuesta. (a) Porque la iglesia es invisible, desde que ningún hombre puede mirar en el corazón de otro y ver si cree realmente. (b) Porque se nos asegura en el Santo Escrito que el Espíritu Santo en todas las épocas reúne y preserva una congregación de creyentes. “191. ¿A quiénes nos referimos cuando hablamos de una iglesia visible? Respuesta. Al número completo de aquellos que profesan la Fe Cristiana y se congregan alrededor de la Palabra de Dios, pero entre quienes, y junto a los verdaderos Cristianos, pueden hallarse hipócritas. “192. ¿A quiénes llamamos la verdadera iglesia visible? Respuesta. Al número completo de aquellos que poseen, enseñan y confiesan la entera doctrina de la Palabra de Dios en toda su pureza, y entre quienes los Sacramentos son rectamente administrados, conforme a la institución de Cristo.” Por su parte, el Catecismo de Gausewitz, que se adoptó en el Sínodo de Wisconsin en 1928, ofrece las siguientes explicaciones sobre el mismo tema: “237. ¿Qué es, pues, la iglesia? Respuesta. La Iglesia es la Comunión de los Santos, o la congregación de todos los creyentes. “242. ¿Por qué decimos, ‘Yo creo en la Santa Iglesia Cristiana’? Respuesta. La doctrina de la iglesia es materia de fe. Sólo sabemos por la Palabra de Dios que hay una iglesia; sólo el Señor conoce quién tiene fe en Jesucristo (la iglesia invisible.) “245. ¿Por qué asimismo llamamos ‘iglesia’ a cualquier comunidad visible (o a una denominación) en la cual se predica el Evangelio y los Sacramentos son administrados? Respuesta. La llamamos iglesia porque en su medio, seguramente, hay miembros de la iglesia invisible, aunque no sepamos quiénes son.” Este Catecismo hace este comentario a causa de la Eficacia de la Palabra. Los Luteranos genuinos, siguiendo a Lutero, decimos que allí donde la Palabra se predica, hay Cristianos; y donde hay Cristianos, es porque la Palabra se predica. La Palabra y los Cristianos van juntos; si uno de ambos falta, entonces también falta el otro. Nos resta citar el Catecismo Menor comentado que editó el LC-MS en 1943, ahora abandonado por este cuerpo, aunque todavía en uso por parte de otros sínodos y conferencias disidentes en el país del Norte. Se le conoce como el “Blue”, a causa del color azul de sus cubiertas. En nuestro país se conoció una versión castellana similar publicada por CPH en 1942; pero no la anotaremos por ser endeble y poco segura en su traducción. “175. ¿Qué es la Santa Iglesia Cristiana? Respuesta. La Santa Iglesia Cristiana es... la Comunión de los Santos; esto es, la totalidad de los creyentes en Cristo; pues todos los creyentes, y sólo los creyentes, son miembros de esta iglesia (la Iglesia Invisible.) “176. ¿Por qué decimos “Yo creo” en la Iglesia? Respuesta. Decimos Yo creo en la Iglesia, (a) Porque la iglesia es invisible, desde que ningún hombre puede mirar dentro del corazón de otro y ver si éste cree; (b) Porque, no obstante, las Escrituras nos dan la seguridad de que el Espíritu Santo en todos los tiempos congrega y preserva a una congregación de creyentes. “177. ¿Por qué decimos, “Yo creo en “la” Iglesia? Respuesta. Decimos, Yo creo en la Iglesia porque hay una sola iglesia; pues todos los creyentes son una comunión de santos, o un cuerpo espiritual, cuya una y única cabeza es Cristo. “180. ¿Dónde puede hallarse a esta Santa Iglesia Cristiana? Respuesta. Esta Santa Iglesia Cristiana se halla dondequiera el Evangelio se proclama; pues de acuerdo a la Promesa de Dios Su Palabra no será predicada en vano. “181 ¿En cuáles otros sentidos se utiliza la palabra “Iglesia”? Respuesta. La palabra “Iglesia” se utiliza asimismo para denotar; (a) La iglesia visible de Dios; (b) Una denominación; (c) Una iglesia local; (d) Una Casa de fe o adoración. “182. ¿Qué es la Iglesia Visible”? Respuesta. La Iglesia Visible es el número completo de aquellos que tienen y hacen uso de la Palabra de Dios y profesan la fe Cristiana, pero entre quienes, junto a los verdaderos Cristianos, también hay hipócritas.” “184. ¿Cuál denominación es la verdadera Iglesia Visible? Respuesta. Aquella que tiene, enseña y confiesa la completa doctrina de la Palabra de Dios y administra los Sacramentos de acuerdo con la institución de Cristo.” Estos textos se mencionan para que el lector pueda verificar cómo esta doctrina sobre la Iglesia se ha presentado en ciertas comuniones Luteranas en los últimos dos siglos. En general, todos los textos para la instrucción entre Luteranos, con pequeñas diferencias o mínimos pormenores se han expresado de manera similar sobre el misterio de la Iglesia tal cual sus autores han creído hallarlo en la Sagrada Escritura y entre los Cristianos en la tierra. Lo que nos interesa aquí es evaluar las restricciones que deberían establecerse sobre estos términos de “Visible” e “Invisible”, aplicados a la Iglesia en la enseñanza habitual. De modo corriente, la aplicación dogmática del Catecismo ha concordado, como vimos, al declarar que la Iglesia, la Communio Sanctorum, es “invisible.” Sin embargo, este término no es empleado por el Santo Escrito para definir a la Iglesia. Las Confesiones Luteranas hablan de “un reino interior,” “una asociación de fe y del Espíritu Santo en los corazones” (“Societas fidei et Spiritus Sanctis in cordibus,” Apología vii. 5;) pero también se advierte en ellas que la Iglesia “no es un Estado Platónico” (“Neque vero somniamus nos Platonicam civitatem,” Apol. viii. 20;) esto es, no consiste en un Cuerpo Ideal, sino que puede verse y palparse, en fe, como al mismo Cristo. Es por ello que el término “invisible” reconoce una fatal debilidad y responde, mas adecuadamente, a aquel concepto Reformado de “el conjunto de los elegidos, según son percibidos en la mente de Dios.” Sin embargo, para los Cristianos ortodoxos en su fe, la Iglesia es una comunión de hombres que se congrega alrededor de la Palabra y de los Sacramentos – y del Oficio del Ministerio de esta Palabra y estos Sacramentos, que pertenece a Cristo y es de origen Apostólico – en el testimonio histórico de la grey del Señor Dios. Escuchemos a Lutero; “Si el Artículo, “Yo creo la Iglesia Cristiana [sin la preposición ‘en’,] la Comunión de los Santos,” es indiscutible, entonces de ello se sigue que nadie puede ver o sentir la Iglesia. Uno no ve o experimenta lo que uno cree, y tampoco necesita creer en lo que se ve o se percibe.” (St. L. xviii. 1349; cp. xix. 1081.) Y también; “Así como la Roca [Cristo] no tiene pecado, es no-visible y espiritual, así también la Iglesia que no tiene pecado es no-visible y espiritual, y sólo puede ser percibida a través de la fe (Sola fide perceptibilis.). Por lo tanto, las palabras en San Mateo no hablan del Papado o de una Iglesia Visible [Externa]; por el contrario; los derrumban y reducen a una sinagoga de Satanás.” (St. L. xviii. 1445; 1469; xvii. 1338; xxii. 603 ss; 989.) El término “invisible” (Alemán, Unsichlicht,) tal como se lo utiliza actualmente. no expresa con fidelidad el concepto del Dr. Lutero. Por lo que acabamos de citar queda en evidencia que Lutero no utiliza los adjetivos “invisibilis et spiritualis” con un significado estadístico o cuantitativo, sino cualitativamente; sine peccato invisibilis et spiritualis Sola Fide perceptibilis. Este es el dulce Evangelio; y sólo puede ser recibido por la fe. La expresión “invisible” puede llevarnos a falsas deducciones si nos dejamos seducir por la teología Calvinista. El concepto de Lutero y de los Luteranos que habitualmente se vierte como “invisible”, se expresa con nitidez en la aserción de que la verdadera naturaleza de la Iglesia está escondida bajo la Cruz (“Ecclesia abscondita, cruce tecta, latent sancti.”) Con esto queremos decir que la impecabilidad de la Iglesia está escondida (es no-visible a la carne y al mundo) y que solamente por fe esta Iglesia es percibida. Dice Lutero; “Todo aquel que no quiera extraviarse deberá, por lo tanto, sostenerse en esto; que la iglesia (Alemán, Christenheit, Cristiandad,) es una asamblea espiritual de almas en una misma fe, y que nadie es reconocido como Cristiano a causa de su cuerpo; y esto para que se entienda que la verdadera, real, recta y esencial iglesia (Christenheit) es una cosa espiritual, y no algo externo o exterior; sea cual fuere el nombre que lleve” [Nota 2] La carne pecadora que venera o se sujeta a otro Cristiano en esta vida no tiene parte con la Ecclesia verdadera. No procede del Espíritu Santo, pues es carne; es decir, no procede de la fe, y por ello es pecado (Romanos xiv, 23.) Se trata del Viejo Adán, que cada día debe ser ahogado y morir, y que al fin perecerá para siempre. Como es del mundo, no puede tener parte en el Reino, ya que rehúsa dejar a Cristo ser el Señor. San Pablo lo acusa, “¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (Romanos vii, 24.) Esta carne plaga al Cristiano en su tránsito terrenal. Lo ve como el mundo lo ve: no como a un miembro viviente del Cuerpo de Cristo, glorioso y sin mancha o inmundicia alguna (como Dios le recibe a causa de su fe imputada a justicia, y esa fe es una que obra por el amor,) sino como una criatura hecha para disfrutar [arrancar el fruto] de las cosas de este mundo, siendo ésta y no otra su verdadera actividad y herencia en que debe persistir para su propio bienestar; lo ve como a un Adán que marcha en busca de nuevas experiencias, predispuesto a esconderse de Dios en las malezas cuando fuere necesario (Génesis iii, 8;) o bien pensando que puede tratar con Dios de igual a igual, como un rey enano y soberbio en sus miserias, de las que se cree con derecho a exigir cuentas a Su Creador. Porque el Viejo Adán no tiene ni la más remota idea de una fe que es “la sustancia de aquello en lo que se espera, la evidencia de las cosas que no se ven” (Hebreos xi, 1.) Pero un Cristiano es lo mismo que la fe. Un Cristiano es fe, o no es Cristiano. El Cristiano y la fe son uno. La fe no es solamente aquello para lo cual el Cristiano vive, sino la vida en la cual existe. Rodeados, pues, de extranjeros hostiles, por el mundo y la carne, los Cristianos están en la gran soledad. Pero no definitivamente solos. Porque saben, “de fe a la fe,” que junto a ellos hay multitud de seres como ellos; una hueste viviente, no de cuerpos imaginarios sino de verdaderas personas; personas creadas en Cristo Jesús (Efesios ii. 10.) “Ni Judío ni Griego; ni libre ni esclavo; ni varón ni mujer; porque sois todos uno en Cristo Jesús” (Gálatas iii, 28.) Esta es la Iglesia Escondida, escondida bajo la Cruz hasta el Fin del Mundo. II. Al comentar II Reyes 6, la Oración de Eliseo para que los ojos de su siervo fueran abiertos y así ver las huestes celestiales – que testificaban aquel “somos muchos más que ellos,” Lutero señala que debemos pedir al Señor que abra los ojos de nuestra fe para ver la Iglesia que nos rodea, y entonces ya no tener miedo. ¿Qué significa creer la Santa Iglesia Cristiana (creer la, no creer en la,) sino la Comunión de los santos? ¿Y en qué tienen comunión los santos? Por cierto, “ellos comparten todas las bendiciones y los males... No sufre el pulgar de la mano sin que todo el cuerpo sufra. O, ¿Qué beneficio llega a un brazo que no llegue a todo el cuerpo? Somos un solo cuerpo. Cuando tenemos angustia y sufrimos, creamos firmemente que no sólo nosotros, sino que Cristo y toda la Iglesia sufren y mueren con nosotros. Por tanto Cristo ha hecho provisión para que no entremos solos por los caminos de la muerte; es toda la iglesia la que nos acompaña cuando ingresamos a la senda de las aflicciones y muerte. Y la iglesia puede soportar un peso mucho mayor que el que nosotros podríamos...” [Nota 3] En suma; si se utiliza el término “invisible” en la Dogmática Luterana aplicándolo a la Iglesia, deberá en cada caso dejarse en claro que lo que se desea expresar es que la existencia de la Iglesia, así como su gloria y beneficios, son sólo perceptibles a los ojos de la fe. Es por esto – y vale la pena insistir en ello – que el Catecismo pregunta, “¿Por qué decimos: Yo creo en la Iglesia?,” pues la verdadera naturaleza o esencia de la Iglesia es esta; una solamente visible a la fe. Se rechaza así, definitivamente, el concepto Romano y el de sus seguidores, según el cual la Iglesia es una Externa y cuantitativa y sólo eso y por lo tanto la única legítima. Debemos aún considerar la propiedad del término “Iglesia Visible.” Ciertamente, en virtud de la Palabra y los Sacramentos, que generan y preservan la fe dentro de la externa congregación de los llamados, se halla la Asamblea Escondida de los creyentes (los Elegidos,) los cuales no deben ser buscados fuera de las congregaciones de los llamados, como lo ha escrito Johann Gerhard y luego reproducido C. F. W. Walther en una de sus muy conocidas Tesis (Tesis vi) [Nota 4] Ellos son, propiamente, la iglesia. Por eso, para Gerhard, la Iglesia Visible y la No-visible no son dos, sino una, más ‘en diversa analogía.’ Como fuere, bien han dicho otros dogmáticos que es impropio a la doctrina Luterana el comparar u oponer la “iglesia visible” a la “invisible.” Esta es una falsa antítesis, puesto que el término “iglesia” conllevaría así connotaciones distintas en cada uno de estos usos. En uno sería la Comunión de los Santos; en el otro, un cuerpo mixto – ni siquiera una iglesia mixta; de hecho, no habría aquí ninguna iglesia. Escuchemos nuevamente al Dr. Martín Lutero: “Por lo tanto, para promover una mejor comprensión y a causa de la brevedad, designaremos a las dos iglesias por nombres que hagan distinción entre ellas. La primera, que es la natural, fundamental, esencial, interior Cristiandad [Christenheit.] La otra, que es resultado de una naturaleza externa, la llamaremos el Cristianismo Externo (no porque queramos separar la una de la otra; si no en aquel modo en el cual yo hablo de un hombre y digo de él que es espiritual, en lo que pertenece al alma, y corpóreo en lo atinente al cuerpo; o cómo lo hace el Apóstol cuando se refiere a un hombre interior y a otro externo... Aún cuando esta última Asamblea [Gemeine] no hace de un hombre un verdadero Cristiano... sin embargo ella [la Gemeine] nunca persiste sin algunos que sean, realmente, Cristianos – pero aquellos que, sin fe y ajenos a la primera iglesia están en esta segunda iglesia no son sino muertos ante los ojos de Dios, simuladores, hipócritas y nada más que madera pintada de la verdadera Cristiandad.” (LW St. L. Ed. xviii: 1018 ss.) Según observamos, Lutero es sumamente claro cuando define un “Cristianismo corpóreo, externo” como Iglesia. En el original el Reformador utiliza “Gemachte Kirche” (iglesia corporativa; externamente construída) y no “Sichtbare Kirche” (“iglesia visible,”) habla de esta “segunda iglesia” en un sentido externo. Por ello, en todo caso, debiera preferirse la pregunta del Catecismo que dice: “¿De quién o quiénes hablamos cuando decimos “iglesia visible”?, y no la otra que expresa “¿Qué es la iglesia visible?,” ya que esta última pareciera instituir una categoría eclesiológica admitida como Bíblica, lo cual está muy lejos de ser realidad. Por lo tanto, una vez hecha la distinción que efectúa Lutero, sí puede hablarse de una Verdadera Iglesia de Cristo sobre la Tierra, que enseña la pura doctrina de la Sagrada Escritura y administra los Sacramentos tal como Cristo los instituyó. La Palabra y los Sacramentos no hacen a la esencia de la Iglesia; pero son las Marcas (Notae) que indican la presencia en todo cuerpo externo de la Ecclesia Abscondita; y es por ellas que la Iglesia puede ser reconocida y hallada en la tierra. [Nota 5] Si no se comprende con claridad todo esto, entonces se producen confusiones y se enseñan falsas doctrinas o se plantean absurdas contiendas, como las que tuvieron y aún tienen lugar en las polémicas entre los representantes clásicos de los sínodos de Missouri y Wisconsin, en los Estados Unidos, esto es, “si solamente la congregación local es iglesia y los sínodos no son iglesia” (Missouri) [Nota 6,] o bien “si el sínodo es iglesia en un mismo rango que la iglesia local” (Wisconsin;) y desde aquí disputan sobre la doctrina del Ministerio y quién tiene el derecho a llamar Ministros, invirtiendo el Orden Escritural y el que exponen las Confesiones Luteranas. El desacierto de Wisconsin es aún más significativo, con su concepción “funcionalista” del Ministerio; una concepción “de abajo,” a la que empeoran con su deplorable concepto del “somos todos ministros.” [Nota 7] Ambos conceptos, como se deduce asimismo de nuestras Tesis sobre Iglesia y Ministerio, son fallidos en esencia, y están mal planteados. La Iglesia, propiamente dicha, es una Escondida a la carne y a la incredulidad y aparece o se hace manifiesta en el mundo en cuerpos mixtos donde la Palabra se predica y los Sacramentos se administran rectamente. Como lo hemos explicado en otros documentos [Nota 8] y siguiendo la exposición de Hermann Sasse sobre el tema, deducimos que una sana comprensión del tema se articulará sobre este eje: Palabra --> Justificación por la Fe -->Ministerio Público, y luego Iglesia. Así lo hace la Augustana. El Oficio del Santo Ministerio Público, de institución divina y origen apostólico, fue investido sobre los Apóstoles (Juan xx, 21-23 Mateo xxviii, 18-20; Marcos xvi, 15-16; Lucas xxiv, 46-49; Juan xx, 21-23; Hechos xx, 28; I Corintios xii, 28-29; Efesios iv, 11; CA V; Tratado, 8-10;) y luego continuado en los Obispos y Pastores o Presbíteros (un mismo Oficio con distintas funciones.) Este Oficio aparece junto a (co-existe con) la Palabra y los Sacramentos; y Palabra y Sacramentos son el gobierno propie dicto de la iglesia. De modo que cualquier forma o regla de gobierno eclesiástico que haga posible esta Proclamación de la Palabra y esta administración de los Sacramentos, a través del Oficio, serán legítimos aquí. La discusión y la solución, pues, se hallan en una certera teoría del Ministerio de la Palabra y los Sacramentos, que “traen” la Justificación, a la vez que provienen de ella (del Evangelio;) y luego y desde allí se articulará la doctrina de la Iglesia, tal cual lo han hecho las Confesiones Luteranas. Seguramente ya hemos comprendido que el término “Iglesia Visible” no es exacto ni absolutamente claro ni definitivamente apropiado. Sin embargo, no tenemos otro más conveniente que lo reemplace. Pero aquello que designa sí existe y es palpable. Como se ha dicho, hay un Algo de naturaleza eclesiástica que no es la Ecclesia per se; algo que el Señor ilustra cuando compara el Reino de los Cielos a una red que junta peces de todas clases, buenos y malos (Mat. xiii, 47-50.) Hay un Algo que Lutero distingue de la “Wirkliche Kirche” (la iglesia genuina o auténtica;) aquello que ya definimos como la “Gemachte Kirche,” Algo que podría llamarse la Congregatio Vocatorum, la reunión de los llamados. Hubo algo llamado Israel que no es el “todo Israel” (Romanos ix, 16.) A este Algo le atribuimos o decimos ser “visible.” Cuando Lutero dice que la iglesia es “visible” (Alemán “Sichtlich,” y los estudiosos de su obra afirman que lo hace sólo una vez,) lo que quiere decir es que resulta visible y perceptible para la fe, y no-visible (Alemán, Sichtbar) a la carne y la incredulidad. Lutero, junto a la Sagrada Escritura, conoce sólo Una Iglesia, la Communio Sanctorum. El Reformador enseña que la verdadera naturaleza de la Iglesia no puede establecerse empíricamente, sino que es, y será siempre, un Artículo de fe. Y de esta Ecclesia dice Lutero que es a la vez invisible (a la carne o la incredulidad) y perceptible (a la fe.) En un sentido propio, la componen todos aquellos que, desesperando de sí mismos, creen en el Evangelio de la pura y libre gracia de Dios, que nos justifica y santifica solamente por fe. Y es esta una fe obrada por los Medios de Gracia. Así es. “El Señor conoce a los que son suyos” (II Tim. 2, 19.) Los Cristianos son los verdaderos creyentes, “todos aquellos que, desesperando de su propia justicia, confían y creen en el Evangelio.” Cristo Dios nos ve como “Generación escogida, una nación santa, un pueblo peculiar” (I Pedro ii, 9.) Mientras estamos en este mundo, no somos espíritus desencarnados ni seres intangibles. Sentimos, sufrimos, reímos, penamos y nos regocijamos en nuestros cuerpos. Y llevamos sobre nosotros el estigma de la mortalidad. Estamos agobiados por una naturaleza pecaminosa, contra la cual combatimos hacia la santidad, en el Anfechtung. Nadie puede vernos, nadie puede tocarnos sino como a criaturas con esta carga y esta apariencia mortal. Así vivimos, en medio de la incredulidad, en el mundo, con nuestra fe escondida y sólo evidente a otros hombres por sus frutos. Pero gracias al Señor, Él “prepara Casa a los desamparados” (Salmo 68, 6) [Nota 9,] para que nos alegremos y seamos bendecidos con la comunión de los santos, aunque ellos se presenten “bajo una máscara, como secretos.” Como lo expresan nuestras Tesis, la Iglesia se presenta en asambleas de Cristianos congregados alrededor de la Palabra y los Sacramentos, cuando esta Palabra y estos Sacramentos se administran de acuerdo con la institución de Cristo, por medio de un Ministro rectamente llamado. De ese modo los Cristianos se reúnen con otros Cristianos, pública o privadamente (i.e., en templos, o casas de familia.) Pero sin olvidar que todavía aparecemos velados por la carne. en este caso intentamos juzgar siempre con la Palabra de la verdad, en tanto nos ministramos el uno al otro como mortales, todavía en el mundo con el cuerpo mortal (II Corintios 5.) El ejercicio de nuestra comunión es con los santos; y aún así está limitada por las singularidades de la “iglesia visible.” Se entra aquí a la distinción entre la Fe ortodoxa y las asambleas heterodoxas. Los Luteranos hemos sido enseñados cómo debemos y cómo no debemos ingresar a la profesión de esa comunión externa. Aquí tendremos que tratar con lo que otros confiesan y evidencian en cada enseñanza y hecho eclesiástico. Si quebrantamos este principio, querrá decir que hemos confundido visible con Escondida, o viceversa, cayendo así en la herejía. Que el Señor nos guarde y libre de todo error. Amén.
 
 Notas [1] Lutero entendía la Communio como una “compuesta de santos,” ó “una comunidad de Lo Santo,” una comunidad santa, de gente santa, en las Cosas Santas. El término moderno “congregación” (Parroquia) difiere del sentido que Lutero daba a Gemeine en su época (Paul Althaus, The Theology of Martin Luther, Chapter 22, p. 295; Fortress Press; Philadelphia, 1963.) Esta Communio es algo hecho Santo por Dios, y tiene un solo corazón con Dios; está escondida y vive en el corazón de Dios. Esta Comunión incluye tener en común no solamente los beneficios de Cristo, sino también los males y las penurias de todo el Cuerpo. Y si bien Lutero en otros pasajes utilizó Communio igualando el término con Congregatio, incluye en el sentido el concepto de compartirlo todo; de sobrellevarnos los unos a los otros. Contrariamente al concepto de los Liberales, el Cristiano no es miembro “de un grupo,” es miembro del cuerpo de Cristo y como tal participa de una comunión en Lo Santo (o en las cosas santas, los Sacramentos.) [Ver luego la Nota 5] Así pues, Lutero subraya la Comunión de los Santos en la tierra, sin quebrar la unidad con los santos que han partido y permanecen “ocultos” a nuestro entendimiento. Claro está, la iglesia es Una; porque para Dios “todos están vivos;” en todo caso Lutero enfatiza que nuestra comunión y necesidad de compartir y consolar no se dirige, eminentemente, hacia los santos que aguardan la resurrección sino hacia los santos vivos, a los hermanos más pequeños del Señor. El vivir del ‘sueño viviente y bienaventurado’ de los que han partido permanece, asimismo, “escondido” para nosotros. – Reconocemos aquí nuestra deuda con el artículo escrito en 1969 por E. Schaller sobre la Iglesia Visible y la Invisible. 
 
 [2] Como lo cita H.A. Preus en “The Communion of the Saints”, Augsburg Publishing House, 1948; pp. 81ss. 
 
 [3] Ver las citas de Lutero y el desarrollo de Paul Althaus en “The Theology of Martin Luther,” Pp. 305-307. 
 
[4] H. Schmid, “Doctrinal Theology of the Lutheran Evangelical Church,” United Lutheran Publications House; 1899. p. 594.

 [5] La Palabra y los Sacramentos “nos traen” a Cristo; o mejor dicho, Él viene en ellos. En los Medios de Gracia el Señor nos muestra, aquí y ahora, el Perdón de pecados, la vida y la salvación. Esa salvación es una obra de la Deidad. No podemos hallar a la Iglesia fuera de Cristo el Señor, del Padre, y de Su Espíritu Santo. La Comunión de los Santos en Lo Santo y en las Cosas Santas significa que cuando uno se pierde, se pierde solo; pero nadie es salvo solo: es salvo en la Ecclesia, como miembro del Cuerpo y en unión con los otros miembros de ese Cuerpo. La Iglesia, así, refleja la Vida Divina, unidad en la diversidad; la Deidad tiene comunión, pero preserva su diversidad de propósito, designio y voluntad, irrepetibles. La Catolicidad Evangélica no es una de conflicto entre libertad y autoridad; la catolicidad se concibe como conciliaridad, comunión, unidad de los creyentes en Cristo, Verbum Dei, en cuyo corazón viven y que es la vida de ellos en la Unión Mística. Cada iglesia local puede entrar en comunión con otras de la misma fe y fidelidad a la pura doctrina de la Palabra; y es así como la Iglesia vive en iglesias. Allí donde la Palabra se predica y se administran los Sacramentos; allí está Cristo dando el Perdón de pecados, vida y salvación; y allí donde está Cristo, allí está la iglesia católica (Cf. Carta de San Ignacio a los de Esmirna, viii. 2,) no importa el número de sus miembros ni la calidad de sus bienes externos. La iglesia Cristiana ortodoxa es, pues, para los Luteranos, la continuación de los Oficios Real, Profético y Sacerdotal del Señor Jesús. Lejos estamos aquí del concepto calvinista, según el cual Cristo “está ausente de Sus santos en la tierra.” Eso no es sino Nestorianismo craso. No. Cristo está presente entre los suyos, y Su Presencia Real y activa opera en la Palabra Eficaz y en los Sacramentos. La iglesia es Cristo con nosotros. Es el Sacramento del Altar el que nos trae la Comunión con Cristo al recibir Su Perdón que nos confirma y santifica en la familia de Dios; a la vez, el Sacramento da testimonio de la unión de los creyentes uno con otro en la Palabra. Es en la Mesa del Señor donde se declara la unidad de la iglesia, “la Comunión de los Santos en Lo Santo y en las cosas Santas.” En este sentido, tampoco puede dividirse la iglesia ente “visible” e “invisible,” al estilo Reformado o Romanista, como cuando hablan de la “iglesia militante” y de la “iglesia triunfante.” La Iglesia es Una. Y esta unidad es verdadera y completa. Los santos en la tierra; los que aguardan en Cristo por la gloriosa resurrección; los Ángeles; incluso aquellos que serán salvos y que aún no han nacido. Todos ellos están unidos en la Una Sancta, en una iglesia, en la misma Gracia y el Perdón de Dios en Cristo. Los cismas y herejías; las divisiones y sectarismos terrenales no han dañado la unidad de la iglesia; la iglesia no necesita de concilios ni de “movimientos ecuménicos” para “volver a ser una.” La Iglesia es Una; ella es la Communio Sanctorum. La apariencia temporal o externa de la iglesia en “el tiempo” (Gr. “Chronos”) no afecta ni cambia su esencial unidad en la vida divina de la Gracia, ya que Dios “conoce a los que son suyos”, lavados y salvos en la Sangre del Cordero. La Ecclesia, “sola fide perceptibilis” es la Imagen Viviente de la eternidad y del Evangelio Eterno, ingresando, irrumpiendo en el tiempo Caído más allá de las Puertas del Edén abandonado por Adán, haciéndose histórica y actuando y testificando el Nombre de Cristo en la Historia. El Libro de Apocalipsis, la Revelación de Jesucristo, desvela diáfanamente esta verdad Escritural. Así es como la Iglesia, que siempre es vista por la carne como una pecadora, al decir de Lutero, es, esencialmente, santa y sin pecado como Cristo, a Quien está unida: y sólo puede ser vista y recibida en la fe, de fe a la fe, como profetiza San Pablo, fe que Él mismo crea en nosotros. Estando en la tierra, la Iglesia es del Cielo. Es la iglesia de los penitentes, como ha escrito Efrén el Sirio, la iglesia de los que perecen; y es también aquella que, cuando las Todopoderosas palabras de consagración son repetidas por el Ministro, trae a la tierra toda la gloria, la misma que inundaba el Santuario del antiguo Israel, aunque la Misa Evangélica se celebre en un humilde y sencillo lugar. Por el Perdón de pecados, en ella se manifiesta la Una Sancta, la Escondida Communio Sanctorum.

 [6] Sobre la enseñanza indiscutible de C. F. W. Walther sobre la materia, ver, “Contemporary Reflections on Church and Ministry in C.F.W. Walther” por Cameron Mac Kenzie, en

 
[7] Estos falsos dilemas pueden superarse en la recta comprensión de una Eclesiología eucarística. 
 
 [8] “Excerpts of a Letter on Church and Ministry,” ver asimismo, “El Llamado divino al Ministerio Público, II”, en http://comunidad.ciudad.com.ar/argentina/capital_federal/luteranos/
 
[9] Hebreo: “Da una familia a aquellos que están solos.” La Vulgata rinde: “Dios, que da morada en una misma Casa a quienes son de un mismo Espíritu.” 
 
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 © Enrique Ivaldi 2006-2021. Reservados los derechos de la Ley 11.723.
 
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Tuesday, January 26, 2021

EL GRAN DIA DE LA EXPIACION

 

Por el Revd. Dr. HonThD Enrique Ivaldi Broussain.

 

I.

1. Los rituales levíticos del Antiguo Testamento son tipos –sombras, figuras- extraordinarios del Gran Sacrificio que lavó nuestras culpas y redimió nuestras almas. Entre ellos recordaremos ahora el Día de la Expiación (Levítico 16,) tan íntimamente ligado a la Pascua de Cristo, consumada en la Cruz, cuando el Cordero de Dios murió ‘el justo por los injustos, para llevarnos a Dios,’ 1 Ped, 3.18.

 

 2. El Día de la Expiación tenía su lugar una vez al año tan sólo; y esto para señalar que Cristo sólo debería morir una vez, para así perdonar y quitar los pecados de muchos, y que, aunque habría de venir por segunda vez, lo haría para consumar la salvación de Su pueblo, pero no ya como ofrenda de sangre por el pecado:

 

 ‘Era pues necesario, que las semejanzas de las cosas celestiales fueran purificadas con cosas como esas: pues las celestiales, ellas mismas, son purificadas con mejores sacrificios que estos. Pues Cristo no ha entrado a un Lugar Santo hecho por mano de hombre, a semejanza del verdadero: mas ha entrado al mismo cielo, para aparecer ahora ante la vista de Dios por nosotros; no como si fuera a ofrecerse muchas veces, tal como el sumo sacerdote ingresaba al Lugar Santo cada año con sangre de otros (pues entonces Él debiera haber sufrido muchas veces desde la fundación del mundo;) mas ahora, en el fin del tiempo, Él ha sido hecho manifiesto para destrucción del pecado por el sacrificio de Sí mismo. Y así como se ha destinado que los hombres mueran una sola vez, y que después de esto venga el Juicio: así Cristo fue ofrecido una vez para quitar los pecados de muchos hombres, y así aparecer, por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación, a quienes en Él esperan.’ Hebreos, 9, 23-28.

 

 3. Además, se ofrecían, de continuo, corderos, de mañana, y de tarde, para que la congregación recordara que constantemente necesita del Gólgota; y que el perdón es suficiente para todos; y así el gran Día de la Expiación nos dice, como decía al antiguo Israel, que la salvación tenía su lugar objetivo, histórico, en la experiencia del pueblo, y que esta Expiación era y sería, como fundamento del perdón, un hecho externo a los pecadores.

 4. Pues este hecho, sí, tenía lugar en cierto tiempo objetivo designado por el Señor; no era algo que se dejaba a la consideración ó las opiniones de Moisés y Aarón; ni dependía de algún otro factor circunstancial – debía ser «En el mes séptimo, a los diez días del mes,» y no en cualquier otro día. Así se nos enseña que el Gran Día de la Expiación, como la Pascua y cada una de las Fiestas del Señor, había sido designado y preordinado por Él mismo.

 

 5. Para el hombre, y especialmente en beneficio de aquellos cuya firme fe final fue prevista y sustentada, el perdón de los pecados, un sacrificio perfecto por ellos, y su redención, se obtuvo de una sola vez, y no por azar; el Padre ya lo había preparado desde antes de la fundación del mundo (1 Ped, 1. 19-20; Apoc,13. 8;) y en el día y la hora destinados para que Cristo, nuestro Cordero Pascual, muriera, Él fue llevado al matadero, y ‘como oveja muda ante los esquiladores,’ así fue muda Su voz.

 

6. LA PERSONA QUE CONSUMA LA EXPIACIÓN.

 ‘Con esto entrará Aarón al Santuario, con un becerro por expiación; y un carnero en holocausto.’ Era Aarón, el sumo sacerdote quien, en el rito típico, entraba al Santuario. El resto del año, otros sacerdotes, levitas, hacían casi todas las obras del Santuario. Pero en el Gran Día de la Expiación, sólo obraba el sumo sacerdote. Todas las labores del templo eran, esos días, obradas por el sumo sacerdote. Así en la iglesia somos muchedumbre de sacerdotes (Apoc, 1. 6; 5,10; 1 Ped, 2. 5-6;) cada uno de los santos es sacerdote en sus sacrificios de fe y bendiciones, de oraciones a Dios:* pero el único sacrificio es el del sumo sacerdote. Sólo Cristo ha penetrado, como hombre, a través del velo; es Su sangre la que ministra, pues, aunque todo el pueblo se congrega para recibir el común beneficio y ofrecer sus oraciones de agradecimiento y afligir sus almas, entregando cada día sus pecados, la Expiación es la Obra del Señor Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, y de nadie más. En este sentido, nuestra Justicia está en el cielo; la única vida Cristiana que es grata y aceptable a Dios está allí.

 

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* No debe confundirse este sacerdocio espiritual, como se acostumbró llamarle, con el Sagrado Oficio de la Palabra y los Sacramentos, que es el Oficio mismo de Cristo, y de origen y sucesión apostólica; lo imparten aquellos que así lo han recibido, y lo transmiten con palabra de bendición e imposición de manos.

 

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7. Es de notarse que en este Día el Sumo Sacerdote era un sacerdote humillado. ‘Y con la santa túnica de lino blanco se vestirá, y los pañetes de lino blanco estarán sobre su carne, y se ceñirá el cinto de lino blanco; y con la mitra de lino blanco se cubrirá. Estas son las vestiduras santas; con ellas, después de lavar pues sus carnes con agua, se vestirá.’ (Lev, 16. 4.) Los otros días se cubría con las así descriptas como ‘Vestiduras de Oro:’ la Mitra, con su placa áurea vinculada por un cordón azul; el Pectoral, con gemas, adornado con oro y joyas; el glorioso Efod, las Campanillas y Granadas, atuendos con los cuales venía hacia el pueblo como sacerdote aceptado de Jehovah. Pero en el Día de la Expiación no era este su avío. Llevaba su túnica de lino, las calzas de lino, mitra de lino, y el cinto de lino blanco. Durante ese día él se humillaba, así como su pueblo también debía humillarse, alrededor del Santuario. ‘Si Cristo murió, luego todos han muerto con Él.’ Los santos son el cuerpo, y Cristo es la cabeza. Él es su representante y Mediador en el Concierto Eterno hecho entre Dios y Cristo, como el Segundo Adán, Salmo 40, 6-8; Isaías 49,1-6; 53,10-12; Salmo 25,10, 14; 89, 3;103, 17-18; 111, 9; Isaías 42, 6; 49, 8-10; 54,10; 55-1-3; Mal. 2, 5-7; 3, 1. Los hijos de Dios están íntima e indisolublemente unidos en Cristo en el Concierto de Gracia, Salmo 89, 3-4, 28-36; 50, 5; 89, 3-4; 111, 9-10; Isaías 59, 20-21; Tito 1, 2; Timoteo 2.1, 9; & Efesios 1, 3-6. En la hora solemne del Día de la Expiación, todo el pueblo se hace uno con el sacerdote humillado.

 

8. En el Gólgota, Jesús fue también el sacerdote humillado que presenta la ofrenda de sangre para las expiaciones. Desde su nacimiento Él dejó de lado Su divinidad y las glorias que tiene en común con el Padre, antes de que el mundo fuese. Estaba vestido con la naturaleza de la raza caída –pero sin pecado -- y no tenía Mitra de Oro, mas una corona de espinas; el Manto que llevaba puesto a manera de escarnio, era burla de viles; el Cetro era una caña que le dieron como ultraje; salió hacia Su muerte casi desnudo, y lo colgaron entre el cielo y la tierra, delante del Padre, de los ángeles, y de los hombres; desnudo ante el universo, para infamia de aquellos que lo ultimaban e ilustración espantosa del carácter de Satanás, instigador de esta obra impía. Contemplemos al Señor pagando el precio por nuestros pecados y nuestras culpas; no recurriendo a Su divinidad, para que personas que merecen la muerte, como nosotros, fuesen hechas más que ángeles resplandecientes, junto a Él, y a la diestra de Dios, por los méritos de Su sangre.

 

9. Aquella tarde, el lino limpio y brillante y la obediencia perfecta de Su propia vida, que lo hizo apto como Cordero sin mancha ni contaminación; Su Justicia, la Justicia de Cristo, sellada por Su obediencia a la muerte de Cruz: este, Su obrar y morir, fue el rescate pleno y redención completa, pagando el precio por todo lo que somos: pecadores, destituidos de la gloria de Dios. El Padre se reconcilió con el hombre en Cristo, el Segundo Adán, cuando Él se hizo nuestra Pascua, y Sacrificio de Sangre por el pecado del mundo; y así instituyó el Oficio de la Palabra y los Sacramentos, para que los hijos de Adam vinieran a esta reconciliación.

 10. ‘Con esto entrará Aarón al Santuario, con un becerro por expiación; y un carnero en holocausto.’ ‘Y allegará Aarón el becerro de la expiación, que es suyo; y hará la expiación por sí, y por su casa.’ (Lev, 16. 3; 6.) Y así era desde que el sumo sacerdote levítico era tipo o figura de un Sumo Sacerdote sin falta; y como ningún pecador podía presentar esto, el Señor dispuso que en el ritual típico Aarón hiciera primero expiación por sí, y por su casa. Antes de entrar con sangre para expiación por el pueblo, tenía que atravesar el velo para hacer expiación allí por sí mismo.

 ‘Y hará llegar Aarón el becerro que era suyo para expiación, y hará la reconciliación por sí y por su casa, y degollará en expiación el becerro que es suyo. Después tomará el incensario lleno de brasas de fuego, del altar de delante del SEÑOR, y sus puños llenos del perfume aromático molido, y le llevará velo adentro: Y pondrá el perfume sobre el fuego delante del SEÑOR, y la nube del perfume cubrirá la cubierta que está sobre el testimonio, y no morirá. Tomará luego de la sangre del becerro, y rociará con su dedo hacia la cubierta al lado oriental: hacia la cubierta esparcirá siete veces de aquella sangre con su dedo.’ (Levítico, 16. 11-14.)

 11. Todo esto hacía Aarón antes de inmolar al macho cabrío: el verso 15 dice, ‘Después degollará en expiación el macho cabrío, que era del pueblo, y llevará la sangre de él velo adentro; y hará de su sangre como hizo de la sangre del becerro, y esparcirá sobre la cubierta y delante de la cubierta...’ Observamos, pues, que antes de tomar dentro la sangre para expiar por el pueblo, tomaba la sangre con la que se purificaba a sí mismo. Aarón no podía entrar antes de ser, él mismo, limpio por sangre, y todavía así era necesario el incensario ardiendo en brasas, y la fragancia del perfume, para no morir: De este modo, pues, la Sangre derramada proveyó perdón para nuestros pecados, y la continua intercesión del Mediador, revelando Su Inmaculada Pureza en el Santuario, es siempre necesaria para presentarnos como justos, y limpios, y completos en Él, por nuestra fe, que se imputa a justicia-- en tanto Cristo prosigue interponiendo Su sacrificio y Su sangre delante del propiciatorio, fortaleciéndonos en nuestra vía hacia el amor perfecto.

 12. ‘Los servicios religiosos, las oraciones, la alabanza, la confesión arrepentida del pecado, ascienden desde los verdaderos creyentes como incienso ante el Santuario Celestial, pero al pasar por los canales corruptos de la humanidad, se contaminan de tal manera que, a menos que sean purificados por sangre, nunca pueden ser de valor ante Dios. No ascienden en pureza inmaculada, y a menos que el Mediador, que está a la diestra de Dios, presente y purifique todo por Su justicia, no son aceptables ante Dios. Todo el incienso de los tabernáculos terrenales debe ser humedecido con las purificadoras gotas de la sangre de Cristo. Él sostiene delante del Padre el incensario de Sus propios méritos, en los cuales no hay mancha de corrupción terrenal. Recoge en ese incensario las oraciones, la alabanza y las confesiones de Su pueblo, y a ellas les añade Su propia justicia inmaculada. Luego, perfumado con los méritos de la propiciación de Cristo, asciende el incienso delante de Dios, plena y enteramente aceptable... Quisiéramos que se comprendiera que toda obediencia, todo arrepentimiento, toda alabanza y todo agradecimiento, deben ser colocados sobre el fuego ardiente de la Justicia de Cristo. La fragancia de esa Justicia [Su vida, la de un Cordero sin mancha ni contaminación; Su muerte vicaria en la Cruz,] asciende como una nube delante del propiciatorio.’

 

13. Proseguiremos ahora nuestro estudio. Pero debemos recordar, y no olvidarlo, cómo la Palabra de Dios fija nuestra atención en la Obra consumada por Dios en Cristo en la Cruz, por un lado, y por el otro en Su permanente ministerio Mediador en el Santuario, en beneficio, en especial, de todos los ‘que moran en Él’ según traduce Wickliffe el pasaje pertinente de Hebreos. Cristo es nuestro Mediador y Substituto; en Él Su pueblo tiene acceso al Trono de la Gracia y al amoroso cuidado del Padre Celestial.

 

14. Este y no otro debe ser el tema que reclame toda nuestra atención, y beneficie nuestra enseñanza y nuestra doctrina. Nosotros no predicamos una iglesia externa, y mezclada, pues la iglesia carnal a nadie salva; a nosotros no debe interesarnos hablar de los logros, virtudes o supuestos méritos de tales o cuales creyentes; mas debemos centrar nuestra fe, ministerio, y predicación sólo en Cristo y Su Justicia, Su Sacrificio en el Gólgota, y Su ministerio en el Santuario, cuyas bendiciones distribuye por el Oficio de la Palabra y los Sacramentos. Los Cristianos damos honra sólo a Aquél, sola fuente de vida y salvación de Su pueblo, y única esperanza para los pecadores. Esta es nuestra misión, nuestra fe, y nuestra esperanza en el Día de Su Venida. Bendiga el Señor Su Palabra en nuestros corazones. Amén.

 

II.

 

1. Considerábamos en el Capítulo anterior algunas características del rito típico del Día de la Expiación, y su perfecto cumplimiento en la Obra hecha por Dios en Cristo, Nuestra Justicia. *

 

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* Bíblicamente, llamamos ‘la Justicia de Cristo’ a Su vida impecable que lo hizo idóneo para ser el Cordero sin mancha ni contaminación y a la perfecta ofrenda por el pecado al morir en la Cruz. -- La Justicia de Cristo, Su Obrar y Sus Sufrimientos (estimados COMO UNO, no divididos) es imputada, o dada a aquellos que creen, no en la letra o la formalidad de ello, mas en las bendiciones, privilegios y beneficios obtenidos de Dios por el mérito del Obrar y Morir de Cristo el Señor, esto es, en la realidad de las Promesas del Evangelio. -- Por lo tanto, la Justicia de Cristo (Su Obrar y Morir, sin división) nos es imputada, en el entendimiento de ser ella contada por Dios como la preciosa bondad, satisfacción, y mérito que obtienen Sus propósitos, y que hacen que nosotros (al creer al Evangelio) seamos perdonados y justificados, contra la condenatoria sentencia de la Ley, siendo contados y aceptos por Dios a la gracia y gloria. En la comprensión de lo que acabamos de enunciar, obtenemos este significado: ‘que Dios justifica al creyente a causa de la Justicia de Cristo, y no por ninguna justicia o mérito propios.’ Así definida la imputación de la Justicia de Cristo, de ninguna manera ella es denegada o cuestionada.

 

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2. El nombre ‘Día de la Expiación,’ tenía lugar durante el décimo día del séptimo mes, Tishri, esto es, cuando el sagrado Sábado de los meses alcanzaba su plenitud. No debemos desestimar la posición de este día ceremonial en el ciclo festivo del viejo Israel. El mes séptimo, o sabático, cerraba las Fiestas Anuales, con la Fiesta de los Tabernáculos, el día décimo-quinto de ese mes, siendo la última celebración anual. Pero antes del gran Festival de las Cosechas y acciones de gracias, figura del Reino de Gloria junto al Señor, el pueblo de Dios, como congregación, debía confirmar su reconciliación por la purificación postrera; pues sólo un pueblo justo y santo en la paz divina podía perdurar en presencia de Dios, en la bienaventuranza final que coronaba todo el periodo.

 

3. Observábamos el por qué se ofrecía una sola vez al año, en un tiempo preciso, e iniciamos entonces algunas meditaciones sobre la obra típica de Aarón, y el antitipo cumplido por Cristo el Señor. Leeremos ahora el versículo 17 de Levítico 16,

 

Y ningún hombre estará en el tabernáculo del testimonio cuando él entrare á hacer la reconciliación en el Santuario, hasta que él salga, y haya hecho la reconciliación por sí, y por su casa, y por toda la congregación de Israel.’

 

4. Se nos enseña aquí que el sumo sacerdote levítico obraba la expiación como sacerdote solitario, sin auxilio alguno. Y así fue, también, con el antitipo; el Señor Jesús murió en soledad; ninguno de los Apóstoles o algún otro murió con Él, para que nadie pensara que alguien más tuvo parte en el sacrificio por el pecado del mundo y la expiación de Cristo (ya que nadie podría atribuir esto a los malhechores crucificados junto a Él.) Nuestro Sumo Sacerdote, ‘Pisó solo el lagar, y de los pueblos nadie había con Él,’ Isa. 63, 3. Solo, y sin nadie más junto a Él, Cristo se ofreció como perfecta ofrenda por el pecado, en tu lugar y en mi lugar; y son tan profundas nuestra miseria e indigencia, que aún nuestras buenas obras como santos de Dios son pecado delante de Su Gloria, si las presentamos fuera de Cristo: sólo Aquel que es tu Garante, Cristo Jesús, cuya Justicia está segura en el cielo, donde los ladrones no minan, ni el óxido corrompe; Sí, sólo los méritos de Cristo, por ti y en ti, te hacen acepto y agradable delante del Padre; -- y no digo esto en demérito de tu madurez como Cristiano, ni de la santidad que recibes, por gracia, de parte del Señor, y que es fruto de aquella fe que el Padre imputa a justicia en Sus escogidos. Pero sí digo esto para que ni tú ni la congregación de los santos fijen sus ojos dentro de sí mismos: Escucha estas palabras, y no pongas tus ojos en ti; ponlos en Cristo y Su Justicia. Da toda la gloria a Cristo, porque Él cumplió la Obra en tu nombre y te llevó al cielo con Él: cree en esto con todo tu corazón y toda tu alma, y entonces esto será verdad perfecta para ti. Cristiano, la Sangre de Cristo te lavó de todo pecado, aún más; te lavó de ti mismo; y el agua que fluyó de Su costado se derramó junto a Su sangre cuando caíste, pecador quebrado por la Ley, y pusiste toda tu confianza y fe en la Cruz de Cristo, Aquel que vino a salvar a Su pueblo de sus pecados, Mateo, 1. 21.

 

Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre á los santificados,’ Hebreos, 10. 14.

 

5. Demos toda la gloria a Cristo. Él murió como rescate y sacrificio de sangre como nuestra Pascua; por Él fuimos justificados por gracia, a través de la fe; Él intercede por los Suyos día y noche en el Santuario Celestial, Él sellará la expiación quitando los pecados de Sus santos de los registros del cielo, vindicando y purificando al Santuario y a Su pueblo y glorificando Su Bondad y Misericordia en Cristo Jesús, nuestro precioso y resucitado Salvador, el bendito Hijo de Dios, Dios mismo por los siglos.

 

Así pues, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados cuando vengan los tiempos del refrigerio de la presencia del Señor, y Él envié a Jesucristo, quien os ha sido predicado: Al cual de cierto es menester que el cielo retenga hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, que habló Dios por boca de Sus santos profetas desde la fundación del mundo.’ Hechos 4, 19—20.

 

6. Luego de un año de servicios sacros relativamente reposado, el sumo sacerdote levítico iniciaba duras faenas, toda una semana, disponiéndose para el Gran Día. En él inmolaba quince ofrendas, de acuerdo al mandamiento (Nm, 29. 7-11,) incluyendo el continuo holocausto matutino y vespertino. Durante el Día de la Expiación su trabajo era mayor que el de cualquiera de los otros sacerdotes levíticos; y más aún que cualquier otro día en el Santuario, era arduo su ministerio en ese día. -- Así fue la Obra de Cristo. Una obra que todos los hombres juntos no hubieran podido llevar a cabo. Sin embargo, Él, solo, la hizo. Sudó sangre en Gethsemaní por el horror del pecado. Veló toda la noche, así como el sumo sacerdote levítico lo hacía para no contaminarse; sufrió luego, cada día y cada tarde, a mano de impíos, como antitipo de Su permanente ministerio intercesor; luego el escarnio, los salivazos, la flagelación en el atrio de Pilatos. Más tarde la Vía Dolorosa por las calles de Jerusalem. Luego fue clavado a la Cruz, llevando el pecado de todos nosotros sobre el madero, Isaías 53. La Cruz fue el lugar de una Nueva Creación, en la que el Padre adoptó un pueblo de redimidos en el Segundo Adán. Este pueblo, Su Eva, la iglesia, es Su congregación escogida y amada. Por ella, muy especialmente, Él completó en Su Pascua un Nuevo Éxodo a través del Mar Rojo de Su sangre, llevándonos por gracia a la Tierra Prometida junto con Él, que aguarda nuestra llegada plena en el día de la resurrección, en tanto perdona día a día nuestras transgresiones y las traslada al Santuario Celestial, desde donde, en el Día antitípico de la Expiación, Él las quitará para siempre de la memoria del cielo, cuando se consume ante el universo el misterio de la gloria de Dios.

 

7. Leamos ahora este pasaje de la Escritura,

 

Y de la congregación de los hijos de Israel tomará dos machos de cabrío para expiación, y un carnero para holocausto. Y allegará Aarón el becerro de la expiación, que es suyo, y hará la reconciliación por sí y por su casa...’ Después tomará los dos machos cabríos, y los presentará delante del SEÑOR á la puerta del tabernáculo del testimonio. Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por el SEÑOR, y la otra por Azazel. Y hará allegar Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte de parte del SEÑOR, y lo ofrecerá en expiación. Mas el macho cabrío, sobre el cual cayere la suerte en lugar de Azazel, [Heb. 'le-Azazel'] lo presentará vivo delante del SEÑOR, para hacer la reconciliación cerca de él, para enviarlo en lugar de Azazel al desierto.’ Levítico, 16. 5. 7-10.

 

8. El primer macho cabrío es un tipo o figura de Cristo, la Expiación. Esta escena encierra un recóndito significado. El Ángel caído engaña al pueblo con un falso Evangelio; ante los ojos del pueblo es idéntico a Cristo, así como los dos machos cabríos parecían semejantes; tanto, que sólo Dios marcaba la diferencia. Sólo Cristo desenmascara a Satanás. Así, el segundo macho cabrío, enviado como substituto, o en lugar de Azazel (esto es, el mismo diablo,) tipifica la carga del pecado, que retorna a quien le dio origen. Luego volveremos a esto. Pero es relevante señalar que sólo luego de ser perfeccionada la expiación, de modo completo: --luego de ser consumada,-- es cuando este segundo macho cabrío ingresa al ritual,

 

Y cuando hubiere acabado de expiar el santuario, y el tabernáculo del testimonio, y el altar, hará llegar el macho cabrío vivo: Y pondrá Aarón ambas manos suyas sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto.’ Levítico, 16. 20.

 

9. Volviendo ahora al primero de los dos machos cabríos, observamos en Levítico, capítulo 4, que este debía ser un animal sin defecto, seguramente de un año (Lev, 9. 3.) Así también Cristo era sin pecado y perfecto, tomado en Su juventud y vigor varonil. El Señor Jesús salió de en medio del pueblo (Lev, 16. 5,) y fue el pueblo quien lo dió al sacrificio, aunque sin comprender que Él era el Cordero de Dios. ‘Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron,’ Juan, 1. 11; y así lo entregaron al holocausto. Pero aunque el pueblo lo entregó, todo se hizo por la providencia y disposición de Dios, lo que se expresa por el echar suertes: es el Padre quien elige al Cordero del Sacrificio, habiéndolo predestinado de acuerdo al eterno Concierto, Hebreos, 13. 20; Hechos, 4. 27; Cristo murió por mano de hombre; puso Su vida (Juan, 10. 17-18;) mas todo ello sucedió por la voluntad del Eterno Padre.

 

10. Y así como la sangre derramada y asperjada por Aarón hacía las expiaciones, así el Salvador al morir como ofrenda perfecta, fue rescate y redención por el pecado del mundo y abrió la fuente que nos lava de nuestros pecados, el manantial de Su propia sangre. En el versículo 15 se nos dice que la sangre era llevada velo adentro del Lugar Santísimo, y asperjada; así el Señor, en Su ascensión, inauguró el Santuario, pasando velo adentro con Su sangre, procurando, precisamente, que la reconciliación obrada en la Cruz se hiciera efectiva para todos aquellos que se cubren con la Sangre, solamente por fe. Amén.

 

III.

 

1. El Señor ‘conoce a los que son Suyos.’ Sus nombres, y el testimonio de ellos como los fieles de Su pueblo, cubiertos por la fe con el blanco manto de justicia y santidad, son comparados con el original de la Ley, dentro del Arca del Testimonio en lo alto. Ellos son hallados justos, lavados por la Sangre de Cristo, y como obradores de la Ley, y no meros oidores. Es que esa Sangre tiene asimismo poder para limpiarnos de todo pecado. --Nuestro Sumo Sacerdote procede a la purificación final del Santuario y la declaración final de la justicia de Sus santos, en el público y último veredicto ante todos los hombres y los ángeles, – Luego de Su ascensión, al inaugurar el Santuario del cielo (Heb, 9. 12: Apoc, 3. 21; Lev, 9;) comenzó Su ministerio antitípico y Su obra de Mediador en el Lugar Santo (ver, más arriba, la cita extensa de Hebreos 9, 23-28,) cumpliéndose el período profético de Daniel 8,14; los 2300 años, iniciados por el Decreto de Artajerjes, en 457 AC.* Al finalizar este período, el Señor, de modo sincrónico con el tiempo humano, comienza Su Ministerio final en el Santo de los Santos del Santuario Celestial. Se abren entonces, ante los mundos angélicos, los registros de cada uno que profesó ser del pueblo de Cristo, comenzando con Adán, hasta la última generación. -- Desde la inauguración, no lo olvidemos, el Señor llevó adelante Su oficio continuo como el Mediador, el cual, como en el tipo, no se detiene aún durante el Día de la Expiación. Cada caso es expuesto. Se revela el contenido de los rollos ante los ángeles, y el universo comprende el por qué de cada elección, y de cada reprobación. Se quitan o borran así del Santuario Celestial los registros de los pecados de los escogidos, escritos con las gotas de la sangre del Cordero Eterno. Los otros nombres, los de los meros profesantes, aparecen en el Libro de la Muerte, junto a los de los impíos, para la ejecución del Juicio ante el Gran Trono Blanco, Apocalipsis 20. En cierto modo, accesible a la inteligencia del hombre, diremos que para Dios sus nombres nunca estuvieron escritos en el Libro de la Vida, Apocalipsis 13, 8.

 

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*Nota: El Hat-tamid (El ‘Continuo.’) En Daniel 8, 13-14 se lee, ‘Y oí a uno de los santos que hablaba; y otro de los santos dijo al que hablaba: ¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio [hat-tamid] y la abominación asoladora: y la del Santuario y el poder conculcados? Y él me dijo: Hasta dos mil trescientos días de tardes y mañanas; y el Santuario será purificado.’ Los 2.300 días se cumplieron en la profanación y muerte de Antíoco Epífanes, y la purificación del Santuario terrenal (149-143 AC; ver 1 Macabeos, 1.21) de manera típica; antitípicamente señalan el periodo de profanación y destrucción implementado por el Sistema global Anticristiano del fin, liderado por su novísimo ‘cuerno’ personal, el ENDECHRIST, el Anticristo del Fin. En el versículo 11 se lee, ‘y por él [por integrantes del Cuerpo Moral que prepara el Reino del Anticristo] fue quitado al Príncipe [esto es, a Sus genuinos representantes] el continuo sacrificio [hat-tamid] y el lugar de Su Santuario fue echado por tierra.’ Este último versículo habla de la Sinarquía que toma por asalto y usurpa en su favor el ‘tamid’ o ‘continuum,’ el PODER ESPIRITUAL, – centrado en el Santísimo Sacramento, – destruyendo así el culto precedente, y dando lugar al sistema del Anticristo que reúne a la Iglesia Apóstata ‘Ecuménica’ con el Estado Único Mundial. El ‘tamid’ no es otra cosa que el PODER ESPIRITUAL usurpado en principio por Satanás en el Edén, y nos indica la lucha por derribar las sucesivas restauraciones de ese poder en manos legítimas por la Iglesia de Dios. Este poder usurpado se revela en la auto-exaltación del hombre que blasfema contra Dios y Su Cristo, el Anthropos Anomias, de 2 Tes, 2 [cf. Salmo 2;] EL ANTINOMIANO, el Anticristo. El ‘continuo’ arrebatado es ahora una rebelión activa que busca exaltar o deificar al hombre; algo propio e inherente al hombre caído, el hombre natural, que, según San Pablo, es enemigo de Dios, circunstancia que se refleja en el NATURALISMO impuesto a las sociedades profanas del fin del tiempo, una tendencia que se ha manifestado en los falsos sistemas religiosos de toda nación pagana o apóstata a través de la Historia. El Profeta Daniel explícitamente atribuye esta exaltación ‘tamid-gadal’ a Medo-Persia, Grecia, y a la Roma Pagana, de la cual fue quitado, o tomado, luego de la disolución de la Cristiandad, por ‘el Cuerno Pequeño’ – el sistema Sinárquico, percibido claramente en operaciones desde 1776 y 1789. La ‘prevaricación’ o abominación mencionada en Daniel 8. 12, cuyo resultado fue el asalto y usurpación del Santuario por parte de Antíoco, se repetirá al fin del tiempo, cuando se imponga la Marca de la Bestia en un Gobierno Único Mundial. Así se entiende que, desde que el falso sacrificio, simbolizado por el Cuerno Pequeño, exhibe un pseudo sacerdocio con una cabeza (el pseudo Papa, y tras él todos sus seguidores y aliados) se hace evidente que el ‘lugar de su Santuario’ [Heb. Miqdash,] en Daniel 8, 11, es, en el significado que le da el Profeta, el santuario impostor del ‘Pontífice Máximo’ de la Roma Sinárquica, (ya definida en el siglo 19 por el siniestro Abbé Roca y otros agentes de cambio, (como bien lo ha descripto Pierre Virión) aún ubicado en la así llamada ‘ciudad eterna.’ La pregunta del versículo 13, ‘¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio [hat-tamid] y la abominación asoladora: y la del Santuario y el poder conculcados?’ se vincula con esta exaltación homocéntrica, asociada con el ultraje pagano al santuario terrenal de Dios. El ‘Cuerno Pequeño’ del Vaticano Segundo, en la forma pseudo-papal, impostora y engañosa, imita todos los aspectos de la verdadera religión, colocando delante del pueblo, 1) Un falso sistema de culto, coligado con una forma de auto-exaltación; un TAMID impostor, con su falsa fragancia, remedando la nube de incienso del verdadero Sumo Sacerdote, Cristo, cuyo bálsamo sube delante del Padre; 2) Un falso Espíritu Santo, que imita la luz y la verdad divinas y, 3) Un falso Cristo, un salvador que no es el de la Divina Palabra, mas sí el ilegítimo Cristo de la ILUMINACIÓN ECUMÉNICA, representado por un espurio sistema sacerdotal desprovisto de la gracia, del Evangelio y de los sacramentos de Dios.

 

El tipo del Cuerno Pequeño transformándose en su antitipo pleno al fin de los días como la Ramera Roja, o Sinagoga de Satanás del tiempo postrero, es un tema que excede lo que hoy deseamos exponer aquí. – Del mismo modo, si, siguiendo otro punto de vista, que no podría excluirse como complementario, se consintiese la inteligencia de la palabra ‘sacrificio,’ como rectamente añadida a ‘continuo,’ podría hallarse otro ‘extremo de cordel’ que uniría dos instantes críticos, como el de una abolición litúrgica perpetrada en la Reforma, la que ha sido curiosamente repetida por los antipapas del NOVUS ORDO, un poco más de cuatrocientos años después.

 

Un autor olvidado, el R. P. Lambert, un Dominico fallecido en París en 1813, en su ‘Exposition des Predictions et des Promesses faites à l’Eglise pour les derniers temps de la Gentilité,’ editado en 2 Volúmenes en 1806, sin reimpresión conocida, escribió que la Babilonia Apocalíptica, sin duda la Ciudad de las Siete Colinas, no era para el Apóstol Juan la Roma Pagana, -- ya que en ese caso, no habría explicación para el asombro y angustia expresados por el Vidente de Patmos. El Padre Lambert, correctamente, entendió que las profecías del Apocalipsis indicaban con toda suficiencia un cuerpo QUE SE PRETENDERÍA Cristiano; y la Historia enseñaba claramente que la Roma Papal y sus sacerdotes bien podían, por medio de un más amplio desarrollo de corrupciones ya existentes en sus días, ser la respuesta a la profecía que el Señor había dado a San Juan. Era la convicción de Lambert que el Misterio de Iniquidad mencionado por San Pablo, era un principio, o un conjunto de principios de corrupción y maldad en acción dentro de la Iglesia profesante, ya sembrado desde los días de los Apóstoles; que esto había hecho su camino, creciendo y desplegándose, paso a paso, haciendo sentir sus influencias a través de los siglos que siguieron a la Iglesia Primitiva, alimentadas por todos los abusos, vicios y errores e impiedades admitidos progresivamente en la Iglesia Romana, de manera que, por fin, una completa apostasía tendría lugar, contaminando plenamente a todo el cuerpo de la Cristiandad, bajo la cabeza de un Papa Anticristo. Pero, antes de ello, habría de manifestarse una serie de pseudo Papas, que le antecederían para preparar un campo propicio para él, actuando y exhibiendo, cada vez con mayor claridad, el espíritu del Anticristo. Lambert delinea a partir de su magnifica visión – desde que ella se ha cumplido – los cambios sucesivos que han tenido lugar en los Pontífices Romanos, desde la piedad de los primeros siglos a las múltiples corrupciones que prosiguieron: el espíritu de predominio temporal sobre todos sus pares, sus frecuentes ultrajes a las verdades excelsas de la doctrina de Cristo, la avaricia, lujuria y el tráfico de las cosas santas; corrupciones que ya se habían arraigado intensamente en tiempos de San Bernardo. En los días finales, señalaba Lambert, gobernará un pseudo Papa en Roma, uno que encabezará la apostasía definitiva de todos aquellos pueblos que una vez fueron Cristianos. Así, un Papa con corazón de ateo, se sentará en ‘el trono de Dios’ – como lo había advertido San Hilario – acompañado de todas las iglesias apóstatas.

 

Nótese, por otra parte, que, si por la ‘prevaricación’ mencionada por el Profeta Daniel se entendiese una ‘identificación de la Iglesia y del Estado’ nunca debiera hablarse de otra cosa que de una relación errónea, sin propiciar la idea Revolucionaria de ‘separación entre Iglesia y Estado’ en el sentido de desligar lo 'material' (en este caso el Estado) de la Primacía de lo 'formal' (o espiritual, en este caso la Iglesia de Cristo) con los fines de secularizar la sociedad e imponer el Naturalismo y su profanidad, entre otras plagas, como ha sido y es el plan de la Masonería. En una sociedad tradicionalmente orientada, el poder espiritual retiene el privilegio de aconsejar y orientar al Magistrado público, quien es miembro y súbdito de la Iglesia –que se arrodilla ante Cristo Rey -- sin que ésta intervenga directamente, o de cualquier otra manera inapropiada, en el área política.

 

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12. EFECTOS DE LA EXPIACIÓN.

 

Y limpiará el santuario, de las inmundicias de los hijos de Israel, y de sus rebeliones, y de todos sus pecados: de la misma manera hará también al tabernáculo del testimonio, el cual reside entre ellos en medio de sus inmundicias,’ Levítico, 16. 16. Entre las consecuencias iniciales de la Expiación hallamos la Santificación de las cosas santas que se habían contaminado. El Santuario se había contaminado. Allí donde hay hombre, hay impureza; pero la sangre de la víctima purifica. Sosiega pensar en ello. Quizá alguno cavile, al entrar al lugar de reunión de los santos, ‘¡Cuántos pecadores hacen impuro este sitio!’ Pero no hay que temer. En nuestra iglesia la Sangre de Cristo todo lo cubre, y los cubre a todos, ¡Este es lugar Santo! Tal vez, si escuchas una oración, te digas, ‘Ah, pero se eleva desde labios corruptos, está manchada...’ Que no sea así, y que haya gozo: porque es oración rociada con Sangre; por lo tanto, está purificada; es la oración de Jesús la que el Padre acepta. Sí. Hay Sangre sobre todo lo que aquí hacemos; por ello todo aquí es Santo delante de Dios. Amén.

 

13. Leemos ahora, ‘Y cuando hubiere acabado de expiar el Santuario, y el Tabernáculo del testimonio, y el Altar, hará llegar el macho cabrío vivo: Y pondrá Aarón ambas manos suyas sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos á tierra inhabitada: y dejará ir el macho cabrío por el desierto.’ Al consumarse la expiación por medio de la sangre, el sumo sacerdote realizaba un acto simbólico, por medio del cual el Señor anticipaba el modo en que la impiedad y el pecado serán definitivamente eliminados del universo.

 

14. Recordaremos aquí; [A.] Un Ministerio de perdón continuo era provisto por el Señor, en el holocausto de la tarde, y la mañana; el servicio diario por los pecados cometidos por ignorancia, &c. (Levítico 4;) [B.] El cabrío por Azazel entraba en acto cuando la purificación y expiación habían sido concluidas y perfeccionadas. Este macho cabrío no derramaba su sangre, ni era expiación por el pecado del pueblo. El sumo sacerdote confesaba sobre él ‘todos los pecados del pueblo,’ y luego era llevado a lugares desérticos. [C.] Azazel es Satanás. El versículo 10 habla de ‘hacer reconciliación cerca de él’ (Heb. Kipper-al; el ‘by [next to] him’ de la Biblia de Ginebra) también ‘con él,’ como traduce Darby, o ‘por [por medio de, pour lui, Oestervald] él’ (como lo sugieren Coverdale y la Bishop’s Bible) si este ‘con’ y ‘por’ se entiende la expiación del criminal que purga su propia condena; ~ como fuente e instigador del pecado, Satanás carga sobre sí la responsabilidad plena de la maldad que infundió e hizo practicar a otros.

 

15. La obra final del Señor en el Santuario Celestial ilustra al universo la Justicia de la fe: la Justicia que es por la fe, de Su pueblo, esto es, la vida misma de Cristo y Su santidad que se han investido y comunicado por gracia a aquellos cuyos nombres fueron escritos en el Libro de la Vida del Cordero, desde la fundación del mundo. La Justificación es el jardín de reposo y alegría de los santos, que siempre ponen sus ojos en un Salvador crucificado, y en una obra consumada fuera de ellos. Pero la fe salvadora, inseparable de la Justificación por gracia, lleva al creyente a un conflicto y una lucha continua en esa fe contra el diablo, la carne y el mundo. En esa prueba incesante de la vida Cristiana, el creyente cada día cae a los pies de la cruz, cada día se aferra de la Cruz de Cristo. La renovación cotidiana del perdón de pecados, misericordia que procede del Mediador, trae consigo la dependencia completa del creyente, que fija sus ojos en Cristo: y es ‘contemplando como somos transformados a Su imagen,’ 2 Cor, 3. 18. La santificación sobreviene a la justificación; ella misma le da vida y sustenta; es el fruto que indica que el árbol es genuino y tiene raíces que beben del Agua de la Vida.

 

16. Los santos son proclamados justos en el Juicio por su fe en la sangre del Cordero Eterno, derramada como ofrenda agradable a Dios para el perdón de los pecados. Es solamente por gracia; los cubre el Manto blanco de la Justicia de Cristo, Su vida perfecta y grata al Padre, Su muerte sustitutiva en la Cruz. Será ese el Día en que cizaña y trigo se verán separados en el Santuario. Los nombres de los falsos hermanos ‘se borran’ – jamás se asentaron en los originales de Dios, sólo en la fantasía incrédula de los profesantes, o en la piadosa (mas no omnisciente) comprensión de los ángeles. Así es como son raídos del Libro de la Vida en el cual jamás estuvieron escritos con sangre.

 

17. Ante los cielos, los pecados de los escogidos son quitados para siempre de los registros del Santuario antitípico. Se proclaman las palabras de Apocalipsis 22, 11: ‘El que es injusto, sea injusto todavía: y el que es inmundo, sea inmundo todavía: y el que es justo, sea todavía justificado: y el santo sea santificado todavía.’ El pecado del redimido pueblo de Dios recae sobre Satanás, su inspirador, quien, como el macho cabrío típico ‘por Azazel’ es enviado a tierra desierta (Lev. 16, 21-22; Apoc. 20, 1-3 con Isa. 14, 12-20,) para sufrir, finalmente, el castigo de todos los impíos. Así la redención se coronará con la extirpación final del pecado. Se cumplirán así las Escrituras,

 

PORQUE he aquí, viene el día ardiente como un horno; y todos los soberbios, y todos los que hacen maldad, serán estopa; y aquel día que vendrá, los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, el cual no les dejará ni raíz ni rama.’ Malaquías 4, 1.

 

Y ACONTECERÁ que el que quedare en Sión, y el que fuere dejado en Jerusalem, será llamado Santo; todos los que en Jerusalem están escritos entre los vivientes…’ Isaías 4, 3.

 

18. Una palabra final acerca de la entrada ‘a través del velo.’ Sólo un día al año le era permitido al sumo sacerdote pasar adentro del velo; para la Gran Expiación. En cuanto a nuestro perdón, santidad y ascenso junto a Cristo a los cielos, la Expiación está perfeccionada: y pasamos ‘dentro del velo’ junto con nuestro Mediador y Señor. Más que apropiadas resultan, pues, las palabras del Apóstol Pablo: ‘Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Santuario por la sangre de Jesucristo, por el camino que Él nos consagró nuevo y vivo, a través del velo, esto es, por su carne; y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, lleguémonos con corazón verdadero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua limpia. Mantengamos firme la profesión de nuestra fe sin fluctuar; que fiel es el que prometió: Y considerémonos los unos á los otros para inducirnos al amor y á las buenas obras; no dejando nuestra congregación, como algunos tienen por costumbre, mas exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca;’ Hebreos 10, 19-25. Este gran privilegio es nuestro: estar en la presencia de Dios, velo adentro en Su Santuario, escritos en Libro de la Vida con la Sangre rociada.

 

19. El versículo 29 de Levítico 16 habla de aquello que nace de los corazones bendecidos por la gracia: “Afligiréis vuestras almas...’ La oración de Lutero resuena en nuestra memoria, ‘Yo, un hombre perdido y condenado, he sido redimido y conquistado del poder del diablo y de la muerte, no con oro o plata, mas con la preciosa sangre y la santa pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo...’ Lágrimas debieran aflorar cuando nuestros ojos contemplan al Salvador, entregado a muerte de maldición en nuestro lugar. Cristo murió en lugar del miserable que eres, que soy. Aflijo mi alma, pues. Luego, ‘no haréis obra alguna,’ esto es, descansaremos de todas nuestras obras en Jesús, a quien señala el más hondo significado del Sabbath. ‘¡Consumado está!’

 

20. Finalmente, luego de la Expiación, el sumo sacerdote salía vestido con sus ropas de gala, glorioso. Él y el pueblo ofrecían holocaustos con deleite. Así nosotros. Volvamos al hogar junto a nuestro Sumo Sacerdote; bendigamos y alabemos AL QUE VIVE, y nos ha redimido y conquistado. Toda transgresión es desterrada; estamos limpios por Su sangre, somos aceptos en El Amado, nuestros pecados han recibido el perdón, como en año de Jubileo.

 

BENDECID AL SEÑOR. Amén. Y Amén.

 

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De, «La Purificación del Santuario (Dn. 8.14) »

 

© Enrique Ivaldi Broussain 2003 – 2015 – 2021.